Columna de Caleb Ordoñez

¡Yo también fui ese niño!

Entonces la hazaña se había producido, la gloriosa actuación de Cristiano Ronaldo se consumaba con un penal perfectamente cobrado al minuto 85, convertía su tercer gol en el partido y llevaba a su equipo, la Juventus de Turín, a los Cuartos de Final de la cotizada Champions League.

El afamado y polémico futbolista lo celebraba a su manera, corre, se levanta en el aire y cae con los brazos abiertos, hace un gesto más para humillar al equipo adversario y odiado, el Atlético de Madrid, su antagónico desde los tiempos gloriosos que viviera en el Real Madrid

Quien dirigía la transmisión inmediatamente ordena que las cámaras se dirijan y capten las lágrimas de Georgina Rodríguez, su flamante novia; enseguida de ella un niño levanta el brazo y ahoga su garganta con un grito de gol que le hace llorar de emoción también, se trata de su hijo, Cristiano Jr., a quien según la prensa italiana le prometió los tres goles.

No soy, para nada, un fanático de Cristiano Ronaldo, incluso me parece bastante antipático y engreído (por supuesto que hay envidia de por medio), sin embargo, no puedo negar el “monstruo” que es en la cancha, estoy seguro que millones de detractores concuerdan conmigo que es un privilegio poder admirar su juego y la pasión que imprime en un deporte tan hermoso como es el fútbol. 

En Alemania 2006 me quedé con las ganas de verlo en vivo, en el estadio de Veltnis-Arena en Gelsenkirchen, cuando el entonces joven Ronaldo tuvo que “comer” banca en el partido que ganaría Portugal 2-1 a México.

Ver el festejo del pequeño Cristiano Jr. de alguna manera me hizo recordar que es festejar un gol a los ocho años. Para nada tuve los lujos que tiene, tampoco los genes, la habilidad para jugar futbol, mucho menos conocer la cantidad de países que ha recorrido. Sin embargo, sé lo que significa ser niño y como muchos de los que hoy leen, amar al deporte por causa de mi padre.

Cristiano Jr celebra gol de Ronaldo

Se trata de la emoción

Luego de muchos años, investigadores del Instituto Picower de Aprendizaje y Memorización del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge (Estados Unidos) señalaron que nuestro cerebro es capaz de guardar los recuerdos en la zona del hipocampo. Guardamos ahí lo que verdaderamente importante, lo que nos hace emocionarnos porque activa en nosotros las regiones cerebrales y las hormonas que ayudarán a guardar ese recuerdo. Mientras vamos envejeciendo empezamos a temer a ir olvidando. Una manera que recomiendan estos científicos para recordar, es unir una memoria a la emoción.

Por ejemplo, recuerda las tardes después de la escuela, las “retas” de futbol en la calle, esperar que pasaran los automóviles para continuar el vibrante partido; la frustración de escuchar a mamá llamarte pues estaba oscureciendo y no habías hecho la tarea. ¿Recuerdas la emoción de ver la montaña de “tazos” volteándose al mismo tiempo? Acuérdate de lo divertido que era ver los Súper Campeones y lo motivante que eran a pesar de que todo el episodio trotaran en un campo que parecía medir kilómetros.

Las cosas han cambiado

Quizá a los ocho años la vida era muy distinta a los problemas que hoy se presentan; trabajar por horas, para pagar deudas que parecen no terminar. Pero a esa edad, yo no podía ser más feliz de tener al mejor narrador a mi lado, mi padre me explicaba las infinitas reglas escritas y no escritas del beisbol, en un modesto estadio llamado “Manuel L. Almanza” en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, donde se libraban las batallas más épicas. 

En el estadio Manuel M. Quevedo ver a los Dorados de basquetbol era por demás cautivante e increíble. Ver por televisión a ese glorioso Necaxa de los años noventas; a Ivo, Aguinaga, Zárate o Peláez marcarían para siempre mi afición por los Rayos.

¿A quién no se le pone la piel “chinita” al recordar a Michael Jordan llorar mientras abrazaba un trofeo del campeonato de los Bulls?

En las olvidadas canchas de mi colonia, al jugar basket, creía que si sacaba la lengua como MJ encestaría más ¡Qué equivocado estaba! O al jugar en las inhóspitas canchas de futbol “Ávalos” de tierra y pierdas, con cientos de “toritos” que se clavaban a las calcetas (En mi tierra nunca llovía, no tenía idea de que era jugar en un campo de pasto) “jugaba” e imaginaba ser Rivaldo aunque traía puestos unos sencillos tacos “pepesa” y un uniforme “Galgo sports” ¡Qué locura! Es que fui un niño que se alimentaba de soñar.

No es tarde

No sé quien eres hoy, a qué te dedicas o cuánto dinero generas al mes; no me involucraré en saber a qué equipos apoyas, tampoco si tienes muchos o pocos seguidores en redes sociales.

Quiero invitarte a recordar con emoción. A que puedas vislumbrar al niño que un día fuiste y recordar sus anhelos, su afición, los sueños, la esperanza, imaginación, destreza, la convicción que un día tuvo de lo que llegarías a ser. No es tarde, los científicos de los que antes comenté, explican que una de las maneras para combatir el olvido es principalmente ejercitarte. Toma los viejos tenis y vuelve a convertirte en “el más veloz del mundo”, cuando te pongas los tacos de futbol olvida que jugarás en la liga llanera, vuelve a ser Ronaldinho, el Cuau o Zidane. Y aunque el gol de tu equipo haya sido una pifia, celebra con un grito como lo hizo Maradona en el mundial de Estados Unidos 1994.

Hoy celebra que algún día “fuiste ese niño” pero no lo dejes morir en el pasado, seguramente haz avanzado para convertirte en lo que un día imaginaste. No te permitas nunca, dejar de soñar cada vez más alto.

Mientras sigas respirando… ¡Sigues siendo el “crack” del partido!

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