Columna de Ernesto Campos
Los verdaderos buitres
Editorial Mediotiempo
Uno de los ángulos con que puede ser vista toda opinión que tenga que ver con los Pumas de la UNAM, es que se busca hacer leña del árbol caído y hablar mal de aquél que está desprotegido por las circunstancias que vive. Puedo ser juzgado de esa forma pero no necesito pretextos para opinar sobre el Ingeniero Javier Jiménez Espriú inmerso en una carnicería que el mismo provocó. Muchos pueden decir que el no es autónomo en la institución auriazul y que las decisiones sobre el equipo de futbol son tomadas mediante un Consejo integrado por 18 personas entre las que podemos ubicar al rector Juan Ramón de la Fuente, el ex jugador Luis Regueiro, entre otros, por lo que acusarlo a él de todo sería excesivo. Pero Javier Jiménez Espriú es el encargado de dar la cara a los jugadores, de viajar con ellos, de renegociar contratos, de representar al equipo ante la Federación Mexicana de Futbol... no todo el Consejo. Considero que la mayor carga de todo lo que ocurre al interior de este equipo viene desde su puesto y por lo mismo debe de cargar con las culpas. Es un tipo impopular, lo mismo para la afición que para sus colegas directivos de otros equipos (recordemos el caso con Roberto Zermeño, otro directivo con características similares), con más de un jugador promesa ha salido peleado y su falta de tacto para resolver cosas al interior del equipo cortó dos procesos que habían llevado al equipo hasta semifinales, eso sin contar su disputa similar a la de una vecindad por un jugador de “medio pelo” como si se tratará del mismo Rey Pelé. Los aficionados aún no olvidan lo que pasó con Hugo Sánchez, el más grande jugador que ha dado nuestro balompié y que en su debut como técnico logró llenar por si mismo las gradas del estadio Olímpico Universitario. Hugo es acusado por el ingeniero de romper con la unidad en el equipo y crear conflictos, sin embargo no recuerdo un solo jugador que haya festejado su partida y que no se haya manifestado molesto por su despido. Si nos remontamos a la otra época de resultados importantes de Pumas en la era Jiménez Espriú diremos que el directivo fue incapaz de poner en calma a los jugadores que con su conflicto dieron paso a que Roberto Marcos Saporiti fuera cesado. Cuando Guillermo Aguilar Álvarez era el que dirigía los destinos del equipo aquél indisciplinado después de ser sancionado no tenía deseos de reincidir jamás. Pero nuestro personaje, nunca mostró el tacto para tratar conflictos, dio preferencia eterna a los jugadores extranjeros sobre los mexicanos en cuestiones salariales pese a que la gran parte de los foráneos que llegaron en los últimos cuatro años a Pumas han sido en su mayoría jugadores inestables. Y dejó partir a elementos que aún tenían mucho que dar por Pumas como Luis Ignacio González, Israel López y por supuesto Gerardo Torrado. Con la llegada de Miguel Mejía Barón pensó encontrar una salida a todas sus omisiones pero ni con él pudo salir adelante. Le dio al doctor el poder que le negó a Hugo y que propició su petición para que lo cesaran. Si a Hugo le hicieron ver que su único trabajo era el de entrenador y no el de abogado de los jugadores, ¿Por qué permitió que Miguel fungiera como el verdugo de los futbolistas?. ¿No fue un infierno el que vivieron Israel, el “Gonzo”, Horacio Sánchez, Jaime Lozano e Ignacio Flores mientras Jiménez Espriú daba manga ancha a Mejía Barón de reemplazarlos por veteranos? ¿No vivió Horacio Sánchez las consecuencias de ser sobrino de Hugo Sánchez siendo enviándolo a tercera división y poniéndolo transferible a un precio obsceno? Quién me diga que todo esto no fue propiciado por Jiménez Espriú deberá argumentarlo muy bien para que pueda creerlo, pero las evidencias lo señalan tal y como la fábula que hacia referencia Hugo Sánchez del “Sapo y la luciérnaga” en la que el anfibio se comía al insecto por no soportar que brillara. Por lo mismo el más grande de nuestros futbolistas en la historia lo definió como “Rata Rinconera”...