Columna de Samuel Martínez

Menos gritos y más metáforas

Como fenómeno festivo y carnavalesco, como acontecimiento creativo y multitudinario el futbol es un espacio reglamentado y planificado donde a costa de la libertad y espontaneidad táctica de los cuerpos gobierna en buena medida la racionalidad instrumental y la especulación mercantil, pero en el que también por cuestiones de condición humana afortunadamente siempre hay lugar para lo que desafía la lógica: lo inesperado, lo sorpresivo, lo azaroso, lo erróneo y lo desconcertante.

En definitiva, lo que le agrega vida, plasticidad estética y emoción a los partidos de futbol (esa guerra a pequeña escala) es la multiplicidad de variables y factores que, destrozando todos los guiones, lo hacen asombroso e imprevisible: desde el contexto político o económico en el que se lleva acabo el encuentro, hasta el estado de la cancha, la salud de algún jugador, el apoyo de los aficionados en el momento justo, la realización de un mal cambio, el empeoramiento del clima, la mala vista de un abanderado y un infinito etcétera.

Son tantos los factores que intervienen en el desarrollo de un encuentro que (aunque contiendan los mismos equipos) prácticamente es imposible que un partido sea exactamente igual a otro. De hecho, en el futbol la condición esférica del balón es la mejor expresión del azar y la sorpresa (aquello que hizo a Villoro decir que "Dios es redondo"), al grado que cuando éste rueda nada puede considerarse predecible: es como la ruleta que "en su rodar cualquier cosa depara".

Es un hecho: por muy planeado que haya sido un encuentro, por más que se espere que las cosas sucedan de acuerdo a cierta lógica (por ejemplo, que el equipo "grande" le gane al "chico"), en futbol lo único seguro es la incertidumbre.De entre todos los meses del año, para los amantes al futbol quizá mayo y junio (periodo en el que -jalonados por la FIFA y sus calendarios mediáticos perfectamente sincronizados- uno tras otro concluyen la mayor parte de los  campeonatos locales y regionales de todo el mundo) sean los más exuberantes y frondosos en cuestión de emocionantes incertidumbres, gozos/decepciones e inolvidables sorpresas. Por ejemplo, sin ser todas, en estas últimas semanas a muchos nos sorprendió la despedida súbita de las Chivas en la primera fase de la Liguilla mexicana, la inesperada llegada del América a las semifinales de la Copa Santander Libertadores y el desafortunado e insospechado resbalón de John Terry (y luego la debacle de Anelka) en la serie de penales de la Champions League.

Nuestra relación con la magia y la imprevisibilidad del futbol no es sin embargo la misma. Es una para los que asisten al estadio y definitivamente es otra para los que consumimos los partidos a través de imágenes, sonidos y letras emitidas por internet, la radio o la televisión.

Aunque sea algo "evidente" es importante recordarlo: los televidentes y radioescuchas siempre vemos un juego muy distinto al que experimentaron los que pagaron su boleto para ir al estadio. Además de la experiencia, la ventaja y la diferencia del que asiste al estadio es que siempre consume el espectáculo "en vivo" y sin intermediarios que lo narren, mientras que los que lo escuchan desde su auto o lo ven desde el sillón de su casa, lo que consumen de la mano de una enorme cantidad de intermediarios, no es más que un relato mediático.

En el caso de los que por tiempo o dinero no hemos tenido la oportunidad de asistir a los estadios para atestiguar de forma directa los partidos, es un hecho que en nuestra experiencia mediática de consumo y en nuestra relación "indirecta" y siempre "diferida" (aunque sea por unos micro-segundos) con el futbol, hay unos personajes claves de los que paradójicamente no se "habla" mucho pero sin los cuales el espectáculo deportivo no subsistiría: ellos son los narradores y cronistas deportivos. Los artífices de la palabra.

TEXTO Y META-TEXTO DEPORTIVOS

Para comprender mejor el lugar que ocupan los cronistas deportivos en el mitificado universo del futbol-espectáculo, resulta crucial reconocer que cada vez que hay un partido, lo que en términos semio-antropológicos se despliega dentro de cualquier estadio (la escenificación del ritual y el despliegue espectacular de la competición deportiva) no es más que un "texto" encima del cual invariablemente se erige el "meta-texto" mediático de las transmisiones radiofónicas, televisivas o digitales.

Una "escritura" encima de otra: la competencia que se lleva a cabo en el estadio es el "texto" (el primero de varios) que durante 90 minutos producen y "escriben" los jugadores y los aficionados que asisten al estadio, mientras que los comentarios previos, la narración del partido, las repeticiones, las estadísticas y los gráficos, la publicidad, la información del medio tiempo, los comerciales y el análisis tras la finalización del juego componen el complejo "metatexto" que luego (vía encuadres, descripciones, relatos) es consumido y re-construido por cientos de miles de televidentes y radioescuchas e internautas. En otras palabras, el juego que caprichoso se desarrolla en el césped es una "escritura" que luego de ser interpretada por los periodistas y cronistas se "re-escribe" vía los medios y vuelve a ser "re-escrita" en la mente y el corazón de cada uno de los aficionados.

LOS NARRADORES Y CRONISTAS DEPORTIVOS

Protagonistas del metatexto mediático, los narradores de futbol son personajes centrales de la fiesta futbolística. Y es que los cronistas son los brujos, los juglares encargados de traducir en forma emotiva de "narración gloriosa" lo que sucede en la cancha y al mismo tiempo son los responsables de hacer de un encuentro aburrido y ordinario un evento extra-ordinario: una contienda mítica.

Mago de la palabra, el narrador deportivo está obligado a destacar ciertos sucesos en detrimento de otros, a magnificar y exagerar determinadas acciones, a convertir en relatos épicos acontecimientos muchas veces inocuos. Fabulador por excelencia, el cronista debe ser capaz de inventar y comunicar un juego hasta cierto punto mejor y más interesante que el que "realmente" se está llevando acabo en la cancha. Su lenguaje y sobre todo su imaginación y su ingenio, por lo mismo, no deben de tener límites. Tampoco su memoria, ni su velocidad mental ni su capacidad de asociación. Condenados a ser espontáneos, rápidos con la lengua y muy creativos, los narradores y cronistas deportivos son profesionales contratados para agregarle calor e intensidad al juego, para disminuir la distancia entre los jugadores y el "respetable" público, para contar y cantar las gestas a ras de pasto, para expresar sentimientos y provocar emociones, para hacer de hombres ordinarios seres extraordinarios. Los narradores son los verdaderos creadores del culto a la personalidad de los futbolistas; para bien o para mal, junto con los periodistas son los productores de los referentes que unen a todos los que gustan del futbol.

Convocados para edificar héroes y narrar las hazañas de los "dioses del estadio", los narradores pintan con su voz retratos y paisajes y contribuyen a la memoria popular cantando goles, inventando-compartiendo expresiones y repartiendo de manera burlona y exacta apodos celebres.

Maestros de ceremonias del espectáculo deportivo, cuando los narradores y cronistas realizan bien su trabajo (cuando nombran, apodan, re-interpretan, re-bautizan y re-semantizan creativamente lo que acontece en la cancha) además de agregar anécdotas al imaginario popular y de sintetizar como pocos la lucha futbolística por la defensa de un territorio, lo que dicen-hacen casi siempre roza lo sublime, lo poético-literario y hasta lo religioso.

Instalado desde siempre en la oralidad, al igual que el cantante, el sacerdote, el chamán, el maestro, el merolico, el cuenta-chistes, el cacharpo, el orador o el niño gritón de la lotería, el principal instrumento de todo narrador es su voz. Con ella y a partir de las palabras, expresiones y enunciados que esta emite, el narrador despierta diversas imágenes, sensaciones, ideas y emociones en las audiencias.

LA CRÓNICA Y EL COMENTARIO: LOS DOS DISCURSOS

Aunque la epopeya es el estilo y el género que distingue a toda narración deportiva, y aunque casi siempre el eje de toda narración es la moral de lucha, trabajo y justicia que todo jugador encarna, es importante distinguir el diferente papel que cumplen sus dos principales protagonistas discursivos: el cronista y el comentarista.

A pesar de que la mayor parte de las veces sus discursos van entrelazados y es difícil distinguir donde empieza uno y termina el otro, es un hecho que, para beneficio de los receptores, el cronista está para describir y relatar y el comentarista para analizar, valorar, recapitular, predecir y evaluar. El comentarista trabaja a partir de su monólogo y el comentarista lo que despierta es polémica y diálogo. Rítmicamente hablando, el comentarista debe ser siempre rápido, algo pícaro y pintoresco mientras que el comentarista es lento, pausado, "bien hablado" y mucho más reflexivo.

El cronista siempre es el histriónico y emotivo comunicador que describe, cuenta, grita, atrapa la atención y exalta con sus palabras, expresiones, pausas , tonos de voz y opiniones subjetivas, mientras que el segundo es el "experto" en cuestiones técnicas y tácticas, el más analítico, el aparentemente más frío, el más racional, "objetivo" y conocedor: el comentarista es el "juez" que apoyado en la cámara lenta y la repetición, y autorizado y legitimado por el medio, valora, analiza y critica todo; el experto que recuerda las mesas redondas de debate político.

A pesar de que el papel y las intervenciones del experto-comentarista son muy parecidas en los distintos medios de comunicación que transmiten encuentros de futbol, la actividad del cronista cambia en función de medio por el que se comunique.

En el caso de la radio (un medio sonoro, caluroso e imaginativo) es evidente que el papel del cronista está más orientado a la descripción y el apasionamiento. En la radio el papel descriptivo y retórico del cronista es hacerla de testigo presencial de los hechos: su tarea es re-producir de manera espontánea, fantasiosa y creativa lo que sucede en la cancha para que el radioescucha imagine lo que no puede ver. Su relato cargado de explosiones lingüísticas y de sonoridades, para economizar y hacerse entender, está lleno de sobreentendidos, de frases hechas, de fórmulas verbales. La voz del cronista de futbol en la radio es mucho más teatral, más desmesurad, frenética y suelta. En la radio cada palabra, cada pausa, cada grito, cada coro, cada expresión emitida desde el corazón de estadio suscitan imágenes y apasionamientos.

En cambio en la televisión, por la sucesión de imágenes que está permite y por el nivel obsesivo de detalle que el ojo electrónico maneja, la misión del narrador instalado desde el palco o el estudio es mucho más distante con el juego: no está obligado a describir lo que el televidente puede ver en la pantalla. El manejo de la voz del narrador televisivo es mucho más racional y frío. Su misión consiste en ofrecer información de las cosas que no se alcanzan a ver, en narrar lo que está por fuera del encuadre, aquello que el televidente pierde y que la cámara no rescata.

LA CRÓNICA DEPORTIVA EN MÉXICO

El mapa que configura los territorios de la crónica deportiva en México se puede dibujar a partir de las generaciones que la han conformado y han conquistado los distintos medios en los que hasta la fecha se ha expresado.

Todo inició con la radio. Los primeros cronistas (los que empiezan a narrar a mediados de los años 30s de siglo XX y hasta mediados de la década de los 50) vivieron y de manera casi autodidáctica se formaron en un México convulso, posrevolucionario, piramidal, avejentado, en plena urbanización y crecimiento económico, sin escuelas de comunicación, sin antecedentes. Fueron los padres e inventores de la crónica deportiva. Fueron cronistas que antes de pasar por la radio con sus crónicas de béisbol, toros, box, lucha libre o futbol, primero fueron músicos, actores, abogados, periodistas o técnicos que por alguna extraña razón se convirtieron primero en conductores de programas de concursos, creadores de comerciales o locutores de programas musicales y luego se transformaron en narradores deportivos. Eran personajes más cultivados, más teatrales y leídos algunos de ellos; personajes educados sentimentalmente con el cine, las radionovelas, los boleros y la poesía popular que incluso llegaron a participar en concursos de oratoria y en competencias de declamación. Sujetos a veces cursis pero con la voz educada y el timbre exacto.

Después, con el auge de la televisión durante los 50, 60 y 70, la primera generación de cronistas fue lentamente cediendo su lugar a una segunda camada de personajes que sin dejar de lado la enseñanza de los días gloriosos de la radio, poco a poco empezaron a acoplarse a las exigencias del discurso televisivo. Estos narradores tampoco estudiaron en alguna escuela de comunicación, se formaron desde jóvenes en los propios medios  y algunos de ellos fueron deportistas o periodistas. Fueron narradores éticos y "humanistas", con saberes de la vieja escuela clásica, con una moral de gallardía y caballerosidad y con una concepción del trabajador de los medios mucho más aristocrática y responsable.

A finales de los años 70, durante todos los 80s y 90, a los medios mexicanos llegó la primera generación de cronistas-periodistas surgida de las escuelas de comunicación. Se trató de un tipo de cronistas mucho más jóvenes, preparados y técnicos. Narradores bilingües y mucho más liberales, con aprendizajes mucho más científicos pero menos humanistas y éticos, es decir, menos cultos, letrados y leídos.

De mediados de los 90 a la fecha, asistimos al arribo de la mayoría de los cronistas y narradores que hoy pueblan la parte más extensa de los medios. Hijos ya de la televisión, estos narradores con acceso a las nuevas tecnologías y casi todos licenciados egresados de universidades públicas y privadas, se incorporaron a los medios seguros de que la crónica y la narración futbolera son una chamba que colinda con la del actor de telenovelas. Es una generación que ya se incorporó a la crónica por que da visibilidad, reconocimiento, dinero y fama. A costa de su formación académica (o justo por culpa de ello), estos cronistas, algunos casi analfabetas, son más gritones que cultos, más "rostro" que "palabra", mas sensacionalismo que conocimiento, más euforia que poesía.

MENOS GRITOS Y MÁS METÁFORAS

Ahora que estamos a punto de cerrar la "fiesta de futbol mexicano", viendo lo que sucede en la radio y en la tele por los torneos futbolísticos regionales (la Copa Santander Libertadores) y continentales (como la próxima Eurocopa y las eliminatorias rumbo al mundial de Sudáfrica), bien vale la pena preguntarse: ¿tenemos los cronistas y narradores que como aficionados merecemos?, ¿están nuestros cronistas, narradores y comentaristas a la altura del futbol que realmente tenemos o deseamos alguna vez tener?, ¿qué tipo de cronistas y narradores están legitimando los medios que consumimos?, ¿qué tipo de escuela en materia de narración se está desplegando frente a nosotros?, ¿es el tipo de crónica, narración y comentarios que engrandece y espectaculariza la fiesta del futbol o de la que lo empobrece?

Desde luego, ante la gama mediática tan diversa con la que afortunadamente contamos hoy para ver o escuchar algún partido, resultaría absurdo generalizar. Sin embargo, lo cierto es que en nuestro país, en materia de narración, lo que dominan son los gritones, y en materia de comentarios (al estilo norteamericano en NBA o NFL), los que más abundan son los ex futbolistas.

Algunos más ocurrentes y otros más mesurados; algunos más rápidos y otros más lentos; algunos más atinados y otros más inoportunos; algunos más lúdicos y otros más serios; algunos más queridos y otros más odiados; lo preocupante es que en el panorama actual de la crónica no se ven a los próximos Fernández, Marcos o ya de perdida hasta los perros Bermúdez. Pareciera que se trata de un problema menor que no tiene que ver con el balompié, pero sin duda forma parte de la fiesta porque es a partir de estos personajes que se relata y construye poéticamente la percepción de lo que entendemos y estéticamente experimentamos como futbol.

Por el bien de espectáculo a nuestro país en definitiva le hacen falta menos gritones y más productores de metáforas; nos hacen falta narradores que sean más creativos y arriesgados y menos conservadores y políticamente correctos; cronistas más cultos y memoriosos y menos "galanes" metrosexuales; narradores más ingeniosos y espontáneos y menos cuadriculados y pre-fabricados; voces imaginativas que canten, retumben y deliren, que albureen y se atrevan a contar chistes y no solo gargantas moralistas que describan obviedades. Cronistas épicos, teatralizadotes del verbo, magos que hagan proezas con el idioma y no solo técnicos bienpensantes que empobrezcan el metatexto y su lenguaje.Opina de esta columna aquí.

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