Drogas, pandillas y racismo: la tragedia de Megan Rapinoe por culpa de su hermano

Declarada abiertamente homosexual sin importar lo que digan de ella, cuestionada por Donald Trump por su negativa a asistir a la "puta Casa Blanca" e idolatrada por el gran nivel que ha mostrado en el Mundial Femenil de Francia 2019... Así han sido los últimos días de Megan Rapinoe.

Sin embargo, toda esa cascada de vivencias no han servido para ocultar el  drama que vive la excapitana de Estados Unidos (el gafete le fue retirado después de la polémica de no atender alguna invitación de Trump). En San Diego, lejos de su familia, los reflectores y los halagos, su hermano mayor, Brian, libra una inclemente lucha contra las drogas.

Durante los últimos 24 años, el mayor de los Rapinoe ha estado envuelto en problemas de pandillas. Desde que cumplió los 15 años comenzó a vender metanfetaminas entre sus allegados para comenzar una carrera delictiva que lo ha llevado a entrar y salir de la cárcel constantemente, que lo tiene, por ahora, en uno de los dormitorios del Programa de Reingreso de la Comunidad Masculina de San Diego. "Mi hermano es especial", reconoció la jugadora, que tenía a Brian como su máximo ídolo desde niños.  

Brian es un delincuente consumado: drogas, cárcel, racismo (tiene tatuajes que se relacionan con el nazismo) y violencia han acompañado su duro andar, aunque entre todo ese fango también encontró momentos de lucidez, ya que se convirtió en el guía que puso a Megan y su hermana gemela en el mundo del futbol.

"Le tengo mucho respeto, y no solo porque es la mejor en el futbol, sino por la absoluta convicción que tiene en las cosas en las que ella cree y las posturas que toma contra las injusticias en el mundo. Yo era su héroe, pero ahora, no hay duda, ella es la mía", comentó Brian a ESPN, en una investigación especial.

Y cuando Megan juega en Francia (apenas marcó dos goles para que Estados Unidos avance a las semifinales), Brian se coloca en alguna habitación del Programa de Reingreso para observar los partidos. Se coloca un televisor en sus piernas, observa su celular para releer los últimos mensajes que intercambió con ella, y se dispone a disfrutar del que es su mayor orgullo, su inspiración para salir de su infierno.

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