Gabriel García Márquez y el deporte: el juego de la vida
El escritor colombiano tenía una profunda relación con el balompié, un cariño que expresó múltiples ocasiones en sus textos.

El futbol es una de esas cosas que no necesitan explicación. Se siente, se vive, se sufre. Gabriel García Márquez lo entendía mejor que nadie. Para él, el deporte no era solo un juego; era un espejo de la sociedad, un espectáculo que cautivaba con su belleza y su drama. “El futbol es la única religión que no tiene ateos”, dijo alguna vez, y es imposible no darle la razón.
Porque, ¿quién no ha sentido el corazón en la garganta cuando el balón cruza la línea de gol? ¿Quién no ha gritado con la furia de un hincha que cree que su equipo es lo único que importa en el mundo? Para Gabo, el futbol era como la literatura: impredecible, apasionante, capaz de hacer llorar y de hacer soñar. “Mientras exista el árbitro, el fútbol será impredecible”, decía, como si hablara de la vida misma, donde la justicia a veces es un susurro y la suerte, un grito.
Pero su amor por el deporte no se limitaba al futbol. Creció en la costa Caribe colombiana, donde el beisbol era el rey, y siempre defendió su lugar en la cultura popular. Decía que, en su infancia, los niños no jugaban con un balón de futbol en la calle, sino con una pelota de beisbol. Quizá por eso entendía tan bien la magia de un partido, la forma en que un bateo perfecto o un pase preciso podían convertirse en poesía en movimiento.
Y como buen contador de historias, también encontraba en los jugadores a sus personajes. De Maradona dijo: “Más es lo que se conoce de él por los que no lo quieren que por los que sí lo queremos.” De René Higuita afirmó que “es un caso muy colombiano. Los colombianos somos capaces de hacer cualquier cosa, pero siempre con un grano de locura.” Y qué cierto es. No solo para Colombia, sino para todos aquellos que ven el deporte como lo que realmente es: una aventura, un acto de valentía, una locura hermosa que nos hace sentir vivos.
García Márquez no solo escribió sobre el realismo mágico. También supo encontrar la magia en la cancha, en la pelota que rueda, en el gol imposible que se grita con el alma. Porque al final, el fútbol y la literatura son lo mismo: historias que nos emocionan, que nos cambian, que nos recuerdan que la vida, como un buen partido, siempre tiene un giro inesperado.
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