El Atlante que dejó el barrio, encontró la gloria en el paraíso a costa de Pumas
En su primer torneo tras emigrar del entonces Distrito Federal, los Potros encontraron en Cancún el tercer título de su historia, en un partido de Vuelta definido de manera memorable
¿Cancún sede de un campeón del futbol mexicano? La pregunta hubiera sido ilógica cuando a principios de 2007 Atlante todavía era un equipo de la Ciudad de México, misma que sorpresivamente dejó para que al final de ese año se convirtiera en campeón, pero ya lejos de la capital.
Sin etiquetas de favorito pero con un equipo que se llenó de mística, el Atlante obtuvo el tercer título de su historia ante unos Pumas que vendieron cara la derrota, finalmente vencidos por un zapatazo de Clemente Ovalle cuando el partido de Vuelta estaba por irse al alargue en un prendido y recién remodelado estadio Andrés Quintana Roo.
Fue en mayo del 2007 cuando los Potros anunciaron la mudanza tras años de malas entradas en el Estadio Azteca y ante el interés del gobierno quintanarroense por contar con futbol. De las raíces de barrio y el origen eminentemente “chilango”, el Atlante se fue a un paraíso turístico que paradójicamente le sentó bien al menos en su primer torneo.
La afición cancunense desbordó entusiasmo con la novedad durante todo el torneo gracias a un equipo dirigido por el Profe Cruz y liderado en la cancha por Federico Vilar, con otros jugadores como el “Hobbit” Bermúdez, Javier Muñoz Mustafá, Gabriel Pereyra y Giancarlo Maldonado como complementos.
Y así llegó la Final ante Pumas. El Profe Cruz olvidó que el espectáculo había sido la etiqueta de su equipo y sin morirse con la suya fue a C.U. a sacar un 0-0 en la Ida para dejar que todo se definiera en Cancún.
Ya ahí, el venezolano Giancarlo Maldonado puso el 1-0 para los Potros al 59’ tras una terrible salida de Sergio Bernal, pero 10 minutos después empató Ismael Íñiguez. Y de repente, a 4 minutos del final, uno de los jugadores con menos reflectores, Clemente Ovalle, disparó un balón de campeonato que terminó en las redes para el 2-1 definitivo.
La sorpresa fue para todos sus compañeros e incluso para él mismo, que no supo ni como celebrar esa soberbia anotación.
“Fueron fracciones de segundo y cuando todos en la banca vemos que el balón le llega directo, yo grité ‘que le pegue, que le pegue y luego ya vimos que la puso en el ángulo y sin duda es un momento inolvidable”, recordó Rafael Cuevas, el portero suplente que vio desde la banca ese disparo.
“Toda la Final fue un mar de nervios y más para los que estamos en la banca porque cuando juegas se te quitan y ese gol nos hizo explotar”.
Al final, lejos de casa, el atlantismo resurgió de una manera exótica y paradisíaca, a costa de unos Pumas que se quedaron estupefactos por el título que les arrebataron los Potros que siempre se habían acostumbrado más a las malas que a las buenas.
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