¡Orgullo lagunero! “El luchador hace a la máscara”: Ángel de Oro
El esteta norteño es uno de los pocos casos de personajes que fueron más destacados después de perder la tapa.
Las letras se rubrican en sentido contrario, porque como suele suceder en algunos relatos, lo más fresco es la raíz del éxito, sin que el comienzo deje de ser rico para enarbolar cada párrafo.
Ángel de Oro, el joven lagunero que tocó las puertas de la Arena México para pedirle una oportunidad a Daniel López El Satánico, después de entrenar la milla y dejar hasta la última gota en el ring enclavado en las alturas de la llamada Catedral, tuvo ante sí su momento de mayor gloria, porque en este nicho, poner en peligro lo más preciado apunta a la cumbre, a los reflectores, a lo máximo.
Homenaje a Dos Leyendas, en modo estelar ante Cuatrero por las máscaras, contrastes luchísticos, la batalla trampolín o el combate enterrador.
Tiro de antología, con dos tipos entregando todo por un público conocedor; este capítulo quedó enmarcado como uno de los más ricos en el baúl del pancracio nacional.
Y Ángel, en ese instante de desfallecer, porque el aliento ya no le dio para más, dejó la tapa ante el de La Nueva Generación Dinamita.
El exintegrante de Los Ángeles Rebeldes, tan aplaudido en la que, paradójicamente fue su presentación más emotiva, tuvo que convivir de sopetón con lo que sería la vida después de la máscara.
Dudas, zozobra, suspicacias, pero el de Gómez Palacio, Durango, sólo horas después de su derrota más dolorosa, palpó lo que se siente ser una personalidad de la disciplina, porque los vítores, de vuelta al enfrentar a su verdugo tapatío, fueron el vitamínico para entender que hacia adelante todo sería mejor y diferente.
“No ha sido fácil hasta ahorita (no tener máscara), no lo he podido asimilar, porque aún veo máscaras, aún la gente me pide máscaras y no es fácil, mi máscara era como mi rostro, fueron 12 años portándola.
“Pero siento que me levantó la perseverancia, muchos la apuestan, pierden, y ahí queda todo, lo que me ayudó de alguna forma para pasar el trago amargo, fue ganar, junto a mi hermano (Niebla Roja), las cabelleras del Terrible y Bestia del Ring, eso fue como darle una vuelta a la página, como aliviar la herida. Conmigo pasó que la máscara no hace al luchador, sino que el luchador hace a la máscara”.
Quitarse la incógnita y presentarse como Miguel Ángel, aunque suponía un retroceso, en su caso resultó como el bálsamo para colocarse en un sitio que tomó precisamente aquella noche del 16 de marzo de 2018.
Entre el bien y el mal, aunque aún no se decide de cual lado estar, porque es su debate recurrente, ahora mismo disfruta como los ídolos del pancracio, y hasta le llena eso de ser ‘odiado’.
“Me gusta ser rudo, aunque también técnico, al final la gente siempre termina por aplaudirnos a Los Hermanos Chávez. Pero eso de ser malquerido es algo que creo que se me da natural por mi temperamento, la verdad me agrada, y como siempre lo he dicho, ultimadamente, cuando me paro en un ring, lo que me gusta es callar bocas, cómo, no hablando, sino con hechos.
“De un tiempo para acá me inclinaba más por el lado rudo, pero me he dado cuenta que la gente me apoya al estar haciendo evoluciones; como se enciende la gente la verdad lo disfruto, pero cuando soy rudo, también me va bien, y la verdad no sé cuál disfruto más; la decisión está un poco difícil, ni rudo ni técnico, simplemente Ingobernable”.
PROBÓ COMO PORTERO
Un balón, unos guantes, un rectángulo verde, una capucha, un cuadrilátero, seguir los pasos del ídolo de la familia, o los de los personajes ajenos al núcleo, aunque referentes todo el tiempo.
De chaval palpó el futbol, pero igual miraba de reojo la lucha libre, porque su padre era también el otro virtuoso en casa.
Ser portero, pues además era bueno para los lances, pero seguir los pasos del jefe fue al final su decante, porque igual para eso de aventarse, como sucede en el mundo de los costalazos, le resultaba alimentador.
Adrián Martínez y Oswaldo Sánchez, con su querido Santos Laguna, le marcaron la pauta para practicar un deporte, pero Atlantis, Negro Casas, Dr. Wagner Jr., y sobre todo su viejo, fueron el aliento para ser luchador profesional.
Pudo ser guardián albiverde, pero prefirió ser El Ángel de Oro, porque además los chavales siempre se apegan a lo que es tradición de la estirpe.
“Todo empieza desde un tío que era futbolista, exportero de los Leones Negros de la UdeG, Rubén “El Gato” Chávez, quien ya está en el cielo descansando; mi padre lo busca, pues al ver la relación que tenía con luchadores de la magnitud de Mano Negra, Perro Aguayo, Sangre Chicana, Fishman, Ringo Mendoza, pues ellos idolatraban a mi tío, le pidió que lo ayudara a entrar.
“’Hermano quiero se luchador, conéctame, preséntame a alguien’; mi papá se hizo luchador, se retira joven por una lesión y entonces yo decido seguir sus pasos”.
PREFIRIÓ LA LUCHA POR ENCIMA DEL FUTBOL
Aunque era bueno como cuidador de porterías, comparte que “entrené en algunas escuelitas, con mi tío, pero la verdad, lo mío era la lucha libre. Fui buen portero, creo que pude tener una oportunidad, aunque no me gusta que a los 33 años ya llegas a ser veterano y me decidí por las luchas, también mi hermano era bueno, pero como delantero”.