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De la peluquería al ring: la historia de Misael Cabrera, el hombre que odia su primer apodo

Sin la ayuda de un representante, el mexicano se abre camino en el boxeo y es uno de los tres nacionales que lucha por el triunfo en el WBC Riyadh Season Boxing Grand Prix.

Misael Cabrera lucha por el triunfo en el WBC Riyadh Season Boxing Grand Prix (Tom Mendoza)
Misael Cabrera lucha por el triunfo en el WBC Riyadh Season Boxing Grand Prix (Tom Mendoza)
Olga Hirata
Ciudad de México

Hay quienes boxean por hambre, hay quienes lo hacen por fama. Misael Cabrera lo hace por redención. Este joven peleador sonorense no solo sube al ring a lanzar golpes: sube a saldar cuentas con sus demonios, a silenciar voces antiguas, a enterrar de una vez por todas al “Pichón”, ese apodo que alguna vez cargó como un disfraz impuesto por otros.

Hoy, Misael se define como un hombre lleno de luz, con hambre, con sueños, con visión. Y sí, también con tijeras. Porque cuando no está partiendo cejas sobre un cuadrilátero, corta cabello con una máquina prestada y la misma precisión quirúrgica con la que ejecuta un contragolpe.


“Primero fue el boxeo”, cuenta con voz suave, la de alguien que ha peleado más con silencios que con palabras. Empezó desde los 9 años, más por necesidad que por gusto: lo molestaban en la calle, le pegaban, y siempre perdía. Pero tenía algo que no se compra ni se aprende: coraje. “Era muy aferrado”, dice. Lo sigue siendo. A tal grado que una lesión lo sacó del boxeo durante dos años, y en vez de rendirse, se dedicó a cortarle el pelo a los vecinos.


Y encontró ahí, entre los mechones y los desvanecidos, una forma de meditar. “El box me desenfrena, me saca la furia interior. Cortar pelo me relaja. Es como cuando alguien se pierde en la lectura”, dice. Y uno lo cree, porque cuando lo dice, se le ablanda la mirada.

Pero el verdadero giro de su vida no vino ni con los puños ni con la máquina. Vino con la soledad. “Me encontré a mí mismo. Estoy solo, pero no estoy solo. Me tengo a mí”. Lo dice sin dramatismo. Lo dice como quien ya tocó fondo, ya enterró versiones caducas de sí mismo y ahora solo espera lo que ya sabe que va a llegar.

Porque Misael no improvisa. Misael decreta. “Sé que ya gané. No lo digo desde el ego, lo digo desde la gratitud”. Sabe que su rival, del que apenas recuerda el nombre, va a ir al frente. Y eso le conviene. Porque a Misael le va mejor contragolpeando. Literal y metafóricamente.

Se ha peleado con chicas, con promotores, con “amigos”, con su propia familia. Pero la batalla más dura la libró con él mismo. Contra su ansiedad. Contra la frustración de no tener oportunidades. Contra la presión de no tener un manejador que lo guiara. “Me enseñé a meditar. A leer. A estar conmigo. Y ahí conocí a Dios”.

—¿Tienes alguna guerra pendiente?

—No, ya sané todo. Hasta al que me hizo daño lo abrazo. Sin que me haya pedido perdón.

No es un cliché. Es una filosofía de vida. De un hombre que ya se cayó, se rompió, y se pegó los pedazos con disciplina, meditación y derechazos bien colocados.

—¿Te arrepientes de algo?

—De nada. Me abrazo con mucho amor. Sé que ya soy un ganador en la vida.

Lo dice quien ya enterró al Pichón. Quien ya decidió que su vida no tiene techo, que el tiempo es solo una ilusión, y que los lujos del boxeo internacional no son un “si pasa”, sino un “cuándo”.

Emiliano Aguillón, Misael Cabrera y Brandon Mejía, los tres mexicanos que resisten. (Foto: Abigail Sequera)

Lo dice Misael Cabrera, el barbero, el boxeador; erl que aprendió a pelear desde adentro hacia afuera; “el hombre bendito”, como ahora se autodefine.

Cabrera es uno de los tres peleadores mexicanos que han conseguido su lugar a los Cuartos de Final del Grand Prix que se lleva a cabo en Riad, Arabia Saudita. Este miércoles 13 de agosto, Pereira irá en busca de su boleto a la Semifinal.



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