Box

Es boxeador, peleó contra el Pitbull Cruz y terminó hundiéndose en el alcohol

En el boxeo hay derrotas que no se marcan en la tarjeta. Se cargan en el pecho, en la cabeza, en ese rincón donde nadie ve cuando la fama se va convirtiendo en ruido.

Ángel Fierro y el Pitbull Cruz dieron una gran contienda (Premier Boxing Champions)
Ángel Fierro y el Pitbull Cruz dieron una gran contienda (Premier Boxing Champions)
Olga Hirata
Ciudad de México

Ángel 'Tashiro' Fierro llegó a Hacienda Nueva Vida (Centro de Desintoxicación para el tratamiento contra las adicciones) con esa mirada rota que tienen los peleadores cuando la vida les conecta el golpe que no esperaban. 

Aún así habló. Abierto, directo, sin maquillaje. Esa valentía rara que solo aparece cuando el ego por fin se rinde.

¿Cómo se vino abajo?

Lo primero que reconoció fue lo que más le costaba aceptar: “Me ganó la fama. Perdí los pies de la tierra. Se me olvidó quién era y por qué luchaba.” No hay autopsia más honesta que esa. La pelea contra Isaac 'Pitbull' Cruz del 1 de febrero, esa pelea que todos llamaron la “del año”, terminó por desbordarlo. Le llegó la fama, le llegó gente nueva, le llegaron aplausos que no supo administrar y con ellos vino el colapso emocional que llevaba años incubándose.

Tashiro no se escondió: arrastraba cargas viejas, problemas mentales que siempre había querido ignorar. La fama fue chispa, no incendio. “Me llegó gente que nunca había conocido… y me olvidé de mi familia, de mis propios padres. Ese fue mi error.” Hay golpes que no dejan moretón, pero te desacomodan el alma.

Aceptar ayuda —y hacerlo en público— es un tipo de valentía que no se entrena en el gimnasio. “Sé que es algo difícil, pero vale la pena decir abiertamente que necesito ayuda.” Lo dice con una serenidad que solo se gana cuando ya tocaste fondo. Tal vez eso sea lo que más sorprende: no se excusa, no se justifica, no maquilla. Se responsabiliza. Y en estos tiempos, eso es casi un acto revolucionario.

Sobre aquella noche donde perdió el control en el ring, no huyó de la verdad: venía cargado de cosas, mentalmente agotado, emocionalmente rebasado. 

Mi cabeza no estaba en la pelea… y cuando me pegaron golpes después de la campana, estallé.” No se victimiza. Asume. “No hay excusas. Lo hice. Pedí disculpas. Y ahora vengo a pedir ayuda.”

La parte que más le quiebra la voz —y que más lo sostiene— tiene nombre y edad: tres niñas. Sus hijas. Ahí sí no hay máscara. “Me di cuenta que no me dañaba yo, las dañaba a ellas… les iba a quitar todo.” Y quizá ese fue el uppercut que necesitaba para despertar. Dejó dinero en el camino, perdió bolsas, perdió rumbo, pero está convencido de que lo puede recuperar todo si primero se recupera él.

Cuando Mauricio Sulaimán lo buscó para ofrecerle apoyo, Fierro estaba en ese limbo donde no se quiere hablar con nadie. “No quería tener comunicación, no dejé ni teléfono.” Pero la puerta se abrió y él decidió cruzarla. No vino a pedir privilegios. No vino como figura. Vino como interno. “Aquí soy uno más. No vengo como “Tashiro” Fierro a que me traten diferente.”

Ángel no se escondió cuando llegó el momento de hablar de consumo. No intentó endulzar nada ni se inventó un pasado que no existe. Fue claro: no cayó en drogas, pero sí en el alcohol y ahí fue donde empezó a perderse. Con la fama encima, con las puertas abriéndose en todos lados y con los problemas emocionales apretándole la cabeza, la bebida se volvió un escape fácil y silencioso. “Tomaba, sí. Caí en eso”, admitió sin rodeos, consciente de que ese hábito, mezclado con el torbellino mental que ya traía, fue el detonante que lo empujó al borde. No buscó excusas. Solo asumió su verdad, esa que hoy lo tiene aquí, intentando recomponer la brújula antes de que el daño fuera irreparable.

Le duele no ver a sus hijas. Le duele más no saber si podrá hablar con ellas. Pero acata las reglas de la casa con una humildad que —según él mismo— había perdido. Ahora sus expectativas son simples y gigantes a la vez: vencerse a sí mismo, estabilizar su mente, que sus hijas lo vean bien y luego sí, volver al ring por el título que siente que le pertenece.

La pelea más dura de su vida no va a llevar réferi, ni jueces, ni entradas vendidas. Va a llevar silencio, introspección y un hombre enfrentándose al único rival que nunca se termina de noquear: uno mismo.

Y aún así, Ángel dice su nombre con firmeza: “Ángel Fierro. Ángel. Eso es lo que vengo a recuperar.”

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