Subriel Matías: entre la cárcel, la muerte y el ring
El boxeador asegura que el estar encerrado lo ayudó a valorar lo que realmente es importante en la vida, además asegura que el boxeo lo salvó.

El boxeador puertorriqueño Subriel Matías enfrentará al dominicano Alberto Puello por el título mundial, pero el combate más duro ya lo peleó. Encerrado entre rejas, con el alma rota, con el corazón blindado y la fe como único rival al que no le puede ganar.
En el boxeo hay golpes que se esquivan y hay otros que se cargan desde antes de subir al ring. Subriel Matías no se prepara solo para una pelea, se prepara para sobrevivir. Y a estas alturas, cada round suyo es una carta abierta a Dios, una oración sudada, una venganza poética contra lo que la vida le arrebató.
El puertorriqueño, excampeón mundial, se enfrentará al invicto dominicano Alberto Puello el próximo 12 de julio, en una pelea que carga más polémica que expectativa. El rival llega manchado por un positivo en dopaje. Matías, sin embargo, se muestra más elevado que esa circunstancia:
“Cuando tú caminas con Dios de la mano, no importa las intenciones del prójimo… ni me ha pasado por la mente”.
Pero el verdadero combate de Subriel nunca ha sido contra otro boxeador. Su batalla es contra los fantasmas. Contra una juventud perdida en malas decisiones, una celda como espejo del alma, y un pasado que no se borra con los guantes.
“Con todo junto”, dice. “En algún momento tuve la oportunidad de encaminar mi vida y por malas decisiones no se me dieron las cosas…”.
Subriel no es de discursos bonitos. Es de verdad cruda. La cárcel, como toda herida, dejó cicatrices y enseñanzas.
“Aprendes a valorar lo mínimo… desde la comida de tu mamá hasta mirar el sol”. Dice con una mirada taciturna. Sí, también se hace sombra dentro de una celda, aunque no haya ring. “Hacía puchó, puló, sombra… para poder dormir, porque también dormir cuesta”. Palabras que duelen más que un uppercut.
La muerte lo ha rodeado, pero no lo ha noqueado
Quien no entienda que el boxeo salvó a Subriel Matías, no ha escuchado lo que dice con la voz entrecortada.
“Si no fuera boxeador, probablemente estaría muerto”.
Y no lo dice con drama, sino con conciencia. Porque el dolor lo sabe nombrar, pero ya no lo deja guiarse por él.
Quisiera a su hermano
Dicen quienes lo conocen que es frío, hermético, que casi no confía. Él mismo lo admite:
“Uno llega a un punto en la vida que tú das lo que ofreces… A veces prefiero ser más culto, respeto a ella y para respetarme a mí mismo”.
Pero cuando habla de sus hijas, la armadura se resquebraja. Tres niñas que le cambiaron la mirada sobre las mujeres. Que lo hicieron entender el valor de lo femenino como ninguna cárcel, ningún rival, ningún entrenador.
“Tenía un pensamiento erróneo quizás de las mujeres… y mis niñas me dieron una enseñanza”.
¿Está en paz? No. ¿Está en el camino? Sí
Al preguntarle, si ya se considera un hombre de luz. Me respondió con la voz pausada, casi resignada:
“No. Posiblemente el día que acepte a Dios y esté dentro de una iglesia cumpliendo mi propósito…”.
Y aún así, lo menciona todo el tiempo. Como quien carga su fe en los nudillos. Como quien cree más en Jesucristo que en los jueces.
“Yo no soy de esos que le rezan a cualquier santo. Mi único santo se llama Jesucristo, el que murió en la cruz por nosotros”.
¿Vale la pena sacrificar la paz por un campeonato? Ahí no dudó. Ahí contestó con una firmeza que hizo temblar el micrófono:
“¡Nunca! Yo soy escogido. Yo soy un hijo de Dios, muchacha. Eso no se dice ni en bronca”.
Y ahí está Subriel Matías. El tipo que pelea contra hombres, pero también contra la muerte, el pasado, las madrugadas sin dormir, los silencios que duelen y las despedidas que no pudo evitar.
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