La valentía de Fernando Ortiz para renunciar a la posibilidad de prolongar su estancia en el banquillo del América no tiene comparación. No lo veremos nuevamente, porque es difícil tan grado de hombría.
En un gesto de gran valentía y honestidad con su trabajo, el argentino decidió, tras un brevísimo examen de conciencia, no continuar, él y su cuerpo técnico, donde le tocó tropezar dos veces con la misma piedra.
De la renuncia del Tano Ortiz se desprenden dos fundamentales cuestionamientos: ¿Se fue porque no creyó que fuera posible llegar más lejos con el América en el siguiente año deportivo? ¿O se bajó al calor de la derrota ante Chivas?
Si fue lo segundo se equivocó rotundamente, puesto que asumió que los aficionados no le perdonarían la humillante caída con el acérrimo rival en las Semifinales, una serie que resultaba casi posible de perder... y la perdió.
Si fue porque no sintió (repito), en su brevísimo análisis entre la conclusión del partido y su presentación ante los medios, que podría sacarle más futbol a las Águilas... entonces quien venga tendrá un gran reto. Si Tano no pudo, otro no la tendrá más fácil.
Si fue lo segundo, al América no le faltó técnico, le faltó coraje a cada uno de esos jugadores que en la cancha arrastraron durante los segundos 45 minutos de la Vuelta el prestigio... y ahí sí lo que viene es una labor titánica para el sucesor, que será mexicano...
Nombres hay varios, pero ninguno que realmente esté en firme en la lista de pretensiones de la directiva, cuyo mazazo aún no acaba de digerir y será la próxima semana cuando el análisis otorgue una aproximación de lo que el América necesita. Más que un técnico, un propósito.