Columna de Mauricio Cabrera

De vuelta a la realidad

Ser considerado favorito frente Brasil fue una linda ilusión, pero también una grave equivocación. Las diferencias históricas entre el futbol mexicano y el amazónico advertían que señalar a la escuadra de Ricardo Lavolpe como la abocada a clasificarse entre los cuatro mejores del continente entrañaba un altísimo grado de temeridad. Dejar de lado los logros y el prestigio de los cariocas para sobrevaluar a un equipo que tiene el título de la Copa Confederaciones como principal estandarte es una irresponsabilidad en la que muchos caímos, y las consecuencias saltan a la vista. Es cierto que el pasado no necesariamente indica lo que sucederá en el terreno de juego, sin embargo, es de suma importancia para identificar las características de los contendientes y, en este caso, uno de ellos ha crecido con la costumbre de ganar, mientras que el otro libra una eterna lucha por identificarse con el triunfo; para los brasileños, perder es imperdonable porque no forma parte de su historia; para el tricolor, la derrota es un escenario común.

En la cancha del Miguel Grau salieron a relucir los temores de un conjunto que aún no aprende a ser ganador y que no supo asimilar correctamente los elogios y las alabanzas que se generaron tras su exitosa participación dentro de la primera fase de la justa continental; el primer lugar de grupo y la obtención del botín completo frente a Argentina fueron motivos suficientes para ser optimistas de cara al futuro. El problema llegó cuando los seleccionados conocieron el nombre del rival y, pese a ello, se mostraron excesivamente confiados, alcanzando incluso un grado de soberbia que resulta inadmisible para un país que futbolísticamente hablando no ha obtenido nada. Los jugadores mexicanos se relajaron, menospreciaron a un rival que merece respeto por el simple y contundente hecho de ser el pentacampeón del mundo, y se creyeron superiores. Los del Scratch du Oro no se creían mejores, lo sabían y se encargaron de confirmarlo dentro del rectángulo verde, donde destrozaron a la defensa azteca por medio de un juego vertical, dinámico y decidido. Lo mismo por un lado que por el otro, los cariocas atacaron furiosamente, tocaron la pelota con inteligencia y desordenaron a la misma zaga que días antes secó a los de Marcelo Bielsa con encomiable entereza. Culpar al árbitro del tropiezo es querer ocultar lo evidente. Ciertamente, Óscar Ruiz se equivocó al señalar una falta inexistente, pero él no fue quien falló solo frente al marco de Julio César como lo hizo Bautista ni el que ordenó cambios que en vez de ayudar al mejoramiento del equipo terminaron generando un corto circuito entre el sector ofensivo y el defensivo. Es muy fácil y cómodo recurrir a los pretextos para justificar los resultados adversos, sin embargo, se madura mucho más rápido cuando se olvidan las culpas ajenas y se aceptan las propias. 

Con la prematura eliminación en la Copa América, Ricardo Lavolpe no sólo pierde la marcha perfecta que llevaba en torneos oficiales, sino que aumenta considerablemente la presión de cara a la participación del tricolor en los Juegos Olímpicos y despierta la voracidad de quienes lo quieren ver fuera de la selección nacional.

MÁS OPINIONES