La guerra directiva amenaza con explotar

El fracaso en la cancha fue el reflejo de los problemas extrafutbolísticos. Los constantes e interminables dimes y diretes suscitados tras el escándalo de Salvador Carmona y Aarón Galindo terminaron perjudicando la sensible estructura deportiva de la Selección Mexicana. No se puede pretender trabajar con tranquilidad cuando la mente del cuerpo técnico se dispersa entre sus desafortunadas apariciones ante los medios de comunicación y en la búsqueda de una sólida defensa para silenciar las oportunistas voces que aprovechan la poca inteligencia mediática de Ricardo La Volpe para exigir su salida. Los jugadores buscaron mantenerse al margen, pero fue inútil. Osorio terminó exigiéndole disculpas al actual timonel azteca por infringir el tan comentado y nunca entendible “código interno”; Fonseca lamentándose desde afuera y el futbol, mientras tanto, pasaba de lado, como si la andanza en territorio estadounidense fuera menos importante que la cruenta batalla que se libra en el ámbito directivo. La inestabilidad en la atmósfera tricolor no es la causa única de la eliminación, mas sí una de las más trascendentales.

El balompié azteca vuelve a pasar abruptamente de la magia al desencanto. El inigualable sabor de boca que dejó la incursión verde en la Copa Confederaciones se esfumó en un dos por tres. Si los sueños de grandeza se vieron opacados por los tristemente célebres casos de dopaje; con esta derrota, corren el riesgo de quedar arrumbados en el olvido. No son pocos quienes están interesados en magnificar los alcances del adiós anticipado en la Copa de Oro. Se trata, y lo entienden muy bien, de su última gran oportunidad de subirse al barco mundialista que zarpará a tierra alemana el próximo año. Las condiciones para provocar un sismo en la Federación Mexicana y en el conjunto nacional están dadas: De la Torre muestra incompetencia para dar explicaciones, Guillermo Cantú se niega a dar la cara y La Volpe falla en un torneo que por obligación teníamos que ganar. Los intereses de particulares amenazan con truncar un proceso que se halla en el último tramo de su recorrido. La necesidad de darle continuidad a la gestión que discurre no debe fundamentarse en un acto de simpatía hacía los principales implicados en el manejo del cuadro tricolor, sino en una demostración de congruencia, pues derrumbar lo construido entrañaría un riesgo altamente innecesario. A menos de un año del Mundial, el tiempo es el principal enemigo; pelear contra él y comenzar un proceso sería reeditar los errores del pasado.

Así como se exigió prudencia al evaluar los alcances de México en la Confederaciones, es indispensable medir en su justa proporción el fracaso en la Copa de Oro. No revalidar la corona en la máxima justa futbolística de la región hiere profundamente, pero aún en el dolor se deben considerar objetivamente las circunstancias para tomar una decisión de cara al futuro. La frialdad es lo único que podemos pedirles a los siempre impulsivos hombres de pantalón largo.