Columna de Antonio Rosique

Sí Lorena... Sé todo lo que puedas ser

"El golf es un juego al que no se puede vencer, solamente puede ser jugado… Por eso, yo juego, y lo vuelvo a jugar... Lo juego por los momentos que vendrán y para encontrar mi lugar en el campo". De la película: "The legend of Bagger Vance" Muchas personas hablan de los atletas como si éstos les pertenecieran, como si los ídolos fueron empleados de la gente que los sigue; empero siempre he sido partidario de que un deportista no tiene que pedirle permiso a nadie para retirarse de su actividad o regresar a la competencia mientras sus facultades se lo permitan. El alma de un auténtico campeón se rebela ante palabras esclavizantes. Sólo el que se entrena a diario desde hace veinte años; únicamente ése competidor que ha visto pasar sus tardes de domingo en las carreteras o los aeropuertos, sabe qué demonios ocurre con su cuerpo y que ideas estremecen su mente. Por eso, aplaudo la valentía que ha tenido Lorena Ochoa para bajarse, quién sabe por cuánto tiempo, de esa montaña rusa que supone la vida del atleta profesional. Lorena llevaba veinte años, tal vez más, entregada al sueño de ser la mejor golfista del mundo, ambición que le llevó a vivir una vida de extremos: entrenar ocho horas diarias, estudiar a deshoras, cuidar su alimentación, viajar una semana sí y la otra también, estar lejos de su familia; una existencia llena de privilegios y satisfacciones, pero detrás del glamour de los campos de golf, hubo –seguramente- muchas horas de soledad y reflexión. Confieso que me conmovieron los discursos de despedida que escuché en la conferencia de prensa que ofreció  Lorena; las anécdotas que contó su hermano Alejandro sobre los incontables kilómetros que recorrieron juntos en las carreteras de Estados Unidos; el Honda Civic –sin aire acondicionado- que Lorena manejaba en el desierto de Arizona cuando todavía era estudiante; la frustración que sintió cuando tuvo que esperar un año para ingresar a la Universidad porque no había pasado su examen de inglés; las noches en que su padre le planchaba la ropa de competencia, mientras ella dormía y soñaba con golpes imposibles. Esta es la fabulosa historia de una familia mexicana que empujó un gran sueño y lo consumó. Lorena no nos debe nada. Es libre de irse si ya no encuentra en el circuito profesional esa flama que encienden su alma. Luego de escucharla, sé que se va en paz con el juego. Nosotros somos los que estamos en deuda con ella porque nos permitió -a través de su don- sentirnos los mejores del mundo durante tres años, y por eso debemos dejarla ir; ser justos y empáticos, darle la libertad de que viva una vida diferente y que intente ser la número uno en todo aquello que desee. Y si un buen día decide volver al alto rendimiento, por amor al juego, por la pasión de probarse a si misma, tal y como lo han hecho Michael Schumacher o Lance Armstrong, Michael Jordan o Dara Torres, aplaudamos su deseo de victoria y señalémosla como ejemplo; celebremos su valentía y ejerzamos junto a ella el valor de vivir sin ataduras, ejercitemos el privilegio de la libertad, y la posibilidad de ser todo lo que podamos ser.
MÁS OPINIONES