Futbol
Editorial Mediotiempo
Columna de Mauricio Cabrera Editorial Mediotiempo

El primer desencuentro

El futbol es lo más parecido al amor. La acumulación de sentimientos que se ponen en juego cada que once guerreros saltan al campo de batalla tiene la facultad necesaria para generar que la pasión por una escuadra presente escenarios semejantes a los que cualquiera de nosotros vive en una relación sentimental.

Están los momentos acaramelados, esos de empatía extrema, de romance perfecto y de falsas promesas de lealtad eterna, pero también están los instantes de rompimiento, de tensión, de escasa fidelidad. Y ahí nos encontramos los aficionados al balompié, ilusionándonos con la victoria de los nuestros y dictando abruptas sentencias de rompimiento, aunque en el fondo, en la que es la más notable diferencia entre las relaciones humanas y el juego del balón, sabemos que no estamos dispuestos a oficializar el divorcio, que lo nuestro no es más que un dolor momentáneo fácilmente borrado por las infinitas oportunidades de revancha que nos regala el deporte adorado .

Nadie puede negar, ni siquiera sus más acérrimos rivales, que el arribo de Hugo Sánchez al timón de la Selección Mexicana sumergió al medio futbolístico nacional en una atmósfera de unidad y optimismo muy difícil de encontrar a nivel mundial. Hasta antes del partido de hoy, con todo y el tropiezo inicial ante Estados Unidos, seguidores, prensa, directivos y equipo vivíamos en una luna de miel de la que nos negábamos a despertar.

Pero en el fondo, porque sabemos de futbol y también de la vida, sabíamos que tarde o temprano llegaría el primer desencuentro, el episodio que puede ser superado si existe la disposición, o condenar el amorío a una presión que avanza conforme el tiempo discurre.

La derrota se presentó en el menos propicio de los escenarios, si es que puede hablarse del sentido de la oportunidad cuando se presentan los reveses. La idea era despedir a los nuestros en el Estadio Azteca, templo máximo del patriotismo futbolero en nuestro país.

Hugo, el que promete y cumple, y sus dirigidos, más cotizados que en cualquier otra época, se lucirían ante la atenta mirada de unos capitalinos enamorados de la retórica muchas veces fundamentada del actual técnico tricolor, de la calidad del nuevo mexicano Nery Castillo y del genio encorvado de Cuauhtémoc Blanco.

Pero la luna de miel, esa pequeña etapa de gozo extremo y poca aceptación de la realidad, llegó a su fin sin previo aviso. Los paraguayos aguaron la fiesta, se llevaron un triunfo que en realidad no buscaron con mucho ahínco y acabaron consiguiendo que el nombre del ex novio, ni remotamente tan querido como el actual, volviera a sonar en las tribunas del Coloso de Santa Úrsula.

Sí, en el monumental escenario de las grandes gestas de nuestro balompié, retumbó el grito de “La Volpe, La Volpe”. Quizás Ricardo Antonio, al enterarse, dibuje una sobrada sonrisa en su rostro. De ahí no pasará, porque la reacción de los asistentes a la malograda despedida de la escuadra Tricolor fue impulsada por la desilusión, por la tristeza de quienes creyeron que podían exigir mucho y se vieron fulminados al darse cuenta de que no basta con un buen estratega y jugadores para que las victorias se produzcan. Hace falta tiempo, esfuerzo y que la pelota choque en el poste para irse a guardar a las redes, no para ir a reposar en el pecho del arquero enemigo.

Criticar las reacciones de quienes están enfrascados en un romance resulta muy complicado. Sabemos que cualquiera de nosotros es capaz de reaccionar así cuando se presenta un imprevisto, cuando el guión queda hecho trizas y se va al bote de la basura por la intromisión de un tercero.

Sin embargo, el medio futbolístico nacional, incluyendo a los aficionados, tendría que reconocer las prioridades y mantener la cabeza  fría, sin perder los estribos y dejando en claro que, sin que sea necesario agitar los pompones y saltar con gritos de aliento, es fundamental que predomine el buen criterio y que no se satanice a la otra parte involucrada por un tropiezo de poca relevancia para el objetivo global del ciclo que recién comienza.

La noche del martes nos fuimos a dormir (formo parte de esta lista) con un muy amargo sabor de boca. Perder en el Azteca duele hasta el alma, no estamos acostumbrados a ello. En lo personal, me permito ilusionarme con esta Selección Mexicana, la siento más cercana que la anterior y considero que combina generaciones de futbolistas propicias para que nuestro balompié alcance alturas históricas.

Por ahora (cosa no tan común en mí, porque como seguidor soy mucho menos ecuánime que como periodista), decidí tomarme con tranquilidad el revés ante los guaraníes. A quienes se lanzaron en contra de la Selección no los culpo, pero los invito a que esperemos la Copa de Oro y la Copa América para entonces sí gritar a plenitud nuestra inconformidad ante el poco éxito del objeto de nuestra más profunda pasión balompédica o, en su defecto, sonreírle al mundo diciendo que estamos enamorados de un equipo que tiene posibilidades de hacer historia.

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