Columna de Alonso Monroy

¡Es el momento de Río de Janeiro!

No pudo ser más dramático y emocionante. Jamás imaginé que la elección de una sede Olímpica lograra ponerme la piel chinita. Llevar mis latidos al extremo, como si estuviera viendo a México en penales en los Octavos de Final de un Mundial. Confieso que brinqué en la oficina cuando Jacques Rogge pronunció el fantástico nombre de Río de Janeiro desde Copenhague. Si eso sentí yo, me imagino lo que llegó a sentir todo el pueblo brasileño que llevará los primeros Juegos Olímpicos a Sudamérica. Fascinante adrenalina que recorre las venas del cuerpo. Es la primera vez que sigo tan de cerca todo el proceso que conlleva la elección de una sede Olímpica. Poco a poco, me fui empapando de una apasionante carrera y disputa por conseguir el sueño y la gloria que sólo unos Juegos pueden ofrecer. En los últimos días, la creciente incógnita por conocer la sede me fue consumiendo de la mejor manera posible; me encontraba completamente contagiado por la pasión, la polémica, los dimes y diretes y la intensa búsqueda de un nuevo destino Olímpico. La intriga me envolvió por completo hoy, cuando apenas salía el sol en nuestro país pero en Dinamarca los Reyes de España, Barack Obama, Lula, Pelé y Zapatero se veían las caras en una disputa sin precedentes. Adentro, varios de los líderes mundiales más importantes del deporte y la política en un silencioso enfrentamiento de tácticas, relaciones y discursos. Afuera, y en cada una de las ciudades candidatas, miles de almas colgando de la esperanza de escuchar el nombre de la tierra que los vio nacer. El ambiente no podía ser mejor. Juré que la presión de Obama pesaría en los miembros del Comité Olímpico Internacional, pero me dejó mudo ver como Chicago fue la primera ciudad eliminada. Ahí, ante la mirada del mundo y la del propio mandatario norteamericano, Jacques Rogge no titubeaba al decir que la apuesta de Estados Unidos era la que menos votos había conseguido. Sucesivamente vino la caída de una fría candidatura de Tokio, con lo que llegué a pensar que el terreno finalmente estaba puesto para Madrid y su prolongado esfuerzo por albergar los Juegos. Pero cuando ese sobre blanco se abrió, sólo dejó entre ver un nombre que hoy saluda al mundo entero: Río de Janeiro. La enigmática ciudad que se dibuja entre montañas y bahías no sólo conquistó al jurado de la Sesión en Copenhague, nos conquistó a todos. Inmejorable final para una historia donde el espíritu deportivo prevaleció sobre el político. Hoy, la playa de Copacabana tiene todo el derecho de festejar este nuevo capítulo en la historia del deporte mundial. Será la primera vez que Sudamérica palpará la magia que significan los Olímpicos y yo ya empiezo a imaginarme una justa única e inolvidable, donde el alma carioca terminará atrapándonos por completo. Sobran los motivos para pensar que la elección de Río no nos defraudará. El proyecto que presentó la candidatura verde amarela convenció a todo el Comité Olímpico por su magia, su sustentabilidad y su justo reclamo por representar a una parte de la Tierra que nunca ha saboreado algo así. Fue Río quien propuso el mejor plan de infraestructura Olímpica, claro, aprovechando lo que dejará el Mundial de Futbol que Brasil realizará en el 2014 y los pasados Juegos Panamericanos. Fue Río quien ofreció el presupuesto más elevado en comparación con sus rivales: casi 14 mil millones de dólares. Pero sobretodo, fue Río quien hizo vibrar a todos con sus imágenes de una cálida tierra al tiempo que se escuchaba un lema que quedará siempre grabado: É a vez do Río de Janeiro, es el momento de Río de Janeiro. No se olvidará el intento del pueblo madrileño por conseguir los ansiados Juegos. Las imágenes que llegaban desde la Plaza Oriente y la Plaza del Sol en Madrid eran desoladoras. Quedará la duda al aire si esta maravillosa candidatura no se rendirá y peleará por los Juegos del 2020. Pero lo que es un hecho, es que de haber ganado Madrid la sede, hoy yo estaría escribiendo que también tenía los justos merecimientos. Ahora lo importante será empezar a acercarnos a Río de Janeiro, irnos contagiando de ese atractivo acento portugués que poco a poco irá merodeando en los deseos e ilusiones de muchos. Es momento de que Río nos enamore y nos conquiste por completo, que valga la pena esa emoción que hoy a muchos nos mantuvo en suspenso. Es momento de que Río nos vuelva hacer sentir esa fascinante adrenalina que recorre las venas del cuerpo. Sí, es el momento de Río de Janeiro.
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