Futbol
Editorial Mediotiempo
Columna de Mauricio Cabrera Editorial Mediotiempo

Amnesia futbolera

El futbol nos ha vuelto a demostrar que la lealtad no existe cuando los resultados y el dinero van de por medio. La pelota es capaz de llevar a la gloria en un segundo, pero también de herir sin importar los éxitos cosechados en el pasado. Si ganas, eres grande. El balompié consiente que acapares las primeras planas de los diarios. Si pierdes, eres el peor. Nadie está ahí para impedirlo. La de gajos es despiadada incluso con quienes no entran en contacto directo con ella; suele enfocar sus baterías en contra de hombres que partido a partido dejan su futuro en manos de los once que ingresan al terreno de juego. Los jugadores fracasan en conjunto y casi nunca pagan las consecuencias, al menos  mientras la competencia discurre. El técnico, en cambio, se queda completamente solo cuando las derrotas se producen. Nada lo salva. Ni siquiera haber sido uno de los principales artífices de la mayor hazaña de una institución en el máximo circuito. Así de olvidadizo es el deporte más popular del planeta.

Carlos Bracamontes saboreó como ninguno las mieles del triunfo al evitar milagrosamente que los Dorados perdieran la categoría. Hizo posible lo que para la mayor parte del medio futbolístico, incluyendo a un servidor, parecía una causa completamente perdida. Su capacidad como estratega se comprobó al registrar únicamente un tropiezo en diez enfrentamientos dirigidos a lo largo del Clausura 2005. Atribuirle calidad de héroe no puede considerarse como exagerado. Recibió un enfermo en estado terminal y lo resucitó con inigualable maestría. En situaciones como aquella se necesitan facultades estratégicas y, sobre todo, humanas. Dirigir a un grupo completamente destrozado anímicamente y encaminarlo hacia el cumplimiento de un objetivo en apariencia distante entraña un reto que muy pocos son capaces de superar; vaya, hay quienes ni siquiera se permiten aceptarlo por el miedo a morir en el intento. Bracamontes se la jugó y venció por amplio margen. La afición, único integrante del balompié profesional que aún llega a respetar la historia, jamás borrará de su memoria el instante en el que los Dorados aseguraron su continuidad en la Primera División. Puede ser un consuelo insignificante o uno mayúsculo, depende del cristal con que se mire. Lo cierto es que el corazón de la parcialidad sinaloense tendrá reservado por siempre un lugar para el humilde personaje que desde el banquillo orquestó la continuidad en el máximo circuito. 

Una vez superado el obstáculo más significativo de su carrera como timonel, se esperaba que Bracamontes impulsara una nueva era para los Dorados, un periodo en el que la liguilla se presentara como la meta principal. La directiva invirtió en refuerzos de la talla de Sebastián Abreu y Jonathan Fabbro. El primero participa siempre y cuando la pelota viaje directo a su cabeza. El segundo no aparece más que para mostrarse indignado por su salida del rectángulo verde; como si deambular en la cancha no fuera motivo suficiente para ser sustituido. Los malos resultados se dieron por consecuencia lógica. Cinco partidos sin conocer la derrota colmaron la paciencia de los dirigentes pesqueros, quienes decidieron la salida del que hace unos cuantos meses los guiara a la salvación.  El grato recuerdo quedó archivado. Carlos dejó su cargo ante la urgencia de mejorar la situación porcentual del equipo. Un fuerte apretón de manos y cada quien a velar por sus intereses...

El cambio en el timón puede entenderse. Más allá de sentimentalismos usualmente ajenos a la actividad profesional, Dorados está urgido de unidades que le concedan tranquilidad de cara al futuro. Lo que en verdad cuesta trabajo asimilar es la designación como director técnico de alguien que, además de ignorar casi por completo el medio futbolístico nacional, registra números negativos a lo largo de su carrera. Es motivo de preocupación cuando se habla más del discurso de un estratega que de sus actuaciones. Ser amigo de Valdano y poseer ciertas virtudes literarias no debieran fundamentar la elección del ocupante de   un puesto tan importante; sin embargo, el veredicto está dado. A Juan Manuel Lillo se le concede el beneficio de la duda; cualquiera lo merece. No obstante, su trabajo será evaluado con lupa. Para sustituir la figura de Bracamontes se necesita algo más que dominar el arte de la retórica. Eso deberá tenerlo muy claro.

El héroe del ayer se va sin que el recuerdo de un estado vitoreando su nombre como el salvador de la institución haya sido suficiente para impedir que ceda su lugar a un español del que se sabe más sobre sus dotes literarios que de su capacidad como estratega. Ya el tiempo nos dirá  que acontece en el entorno Dorado. PD Un saludo muy especial para Toño y Poncho, dos jóvenes que vibran partido a partido en el Carlos González y González.

Tags relacionados

Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MEDIOTIEMPO S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.