
Humillante lección
México entero llora una derrota que duele en lo más profundo del orgullo. La no obtención del pasaporte a la Copa del Mundo es lo de menos; se conseguirá tarde o temprano. El verdadero desaliento se produce al observar que las prepotentes declaraciones de Landon Donovan adquieren valor sobre el terreno de juego, que sus palabras, con todo y la imperdonable falta de respeto hacia nuestra historia futbolística dentro de la región, conllevan un dejo de triste verdad para nuestra causa. Hoy, Estados Unidos está en condiciones de calificarse como el máximo representante de la zona. El argumento que dará es tan simple como contundente: es el primer equipo de la Concacaf que asegura matemáticamente su participación en Alemania 2006. México también estará ahí, en tierra teutona, pero la etiqueta de “Gigante” le será adjudicada al conjunto de las barras y las estrellas. Los dirigidos por Bruce Arena hablaron en los micrófonos y en la cancha; los nuestros únicamente pudieron acreditar los comentarios del odiado enemigo.
El tropiezo comenzó a gestarse desde el inicio mismo de las hostilidades. La oncena tricolor saltó a la cancha con la encomienda de evitar la derrota. La Volpe deseaba el empate que se requería no sólo para alimentar el grito unánime de “Nos Vamos al Mundial”, sino para disfrutar de las vacaciones que él mismo decidió otorgarse. La primera mitad marcó un limitado éxito para su planteamiento táctico: la defensiva se mantuvo ordenada y las ocasiones de peligro escasearon sobre la puerta de Oswaldo Sánchez. Sin embargo, el futbol castigó al temeroso, al que respetó en demasía al rival. Dos equivocaciones en la parte complementaria marcaron el rumbo definitivo de la contienda. Nunca estuvo cerca la posibilidad de reaccionar. Resulta imposible hacerlo si se presenta un equipo manco (jamás se recurrió al sector derecho), carente de creatividad en el mediocampo y completamente predecible en el área. La culpa no puede adjudicársele exclusivamente a la retaguardia; que las acciones de mayor peligro sean a través de las jugadas a balón parado es en verdad preocupante tanto para los propios delanteros como para el cuerpo técnico.
Al actual seleccionador nacional le seduce la idea de promover su verdad como la que nos llevará a las alturas balompédicas. A todo ser humano le agrada imponer su ideología. Él habla con seguridad e incluso llega a convencer. Siempre aguarda que la pelota se encargue de justificar sus decisiones; en ocasiones así se ha dado. Sin embargo, Sinha se empeña en hacerlo quedar mal. Cómo no extrañar a Cuauhtémoc Blanco si el brasileño-mexicano navega sin rumbo sobre el rectángulo verde, si la inspiración es un elemento inexistente en la selección verde. Ricardo Antonio reconocerá con cierta humildad que fue un mal partido, pero aprovechará el próximo duelo eliminatorio para ratificar que “Cuauhtémoc estará cuando realmente se le necesite”. Más allá de sus diferencias con el jugador americanista, el timonel azteca debe reconocer que el tricolor registra un déficit notable de talento del cinturón del campo hacia arriba.
Las derrotas suelen resultar cruelmente productivas para el futuro. El proyecto de Ricardo La Volpe atraviesa una etapa decisiva. De lo que se haga durante el tiempo que resta para el inicio de la Copa del Mundo dependerán una buena parte de los resultados que se obtengan en la máxima justa futbolística del orbe. La terquedad sirve de muy poco en el banquillo de un equipo, mucho más en el de una representación nacional. Si el hombre que dirige los destinos del conjunto azteca es incapaz de reflexionar, Hugo y Landon tendrán razón: México fracasará en la Copa del Mundo y Estados Unidos seguirá venciéndonos. A poco más de doscientos cincuenta días para el silbatazo inicial en Alemania 2006, y por el bien de nuestro futbol, esperamos que Ricardo no se equivoque.
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