
La feria de la irregularidad
Una máxima de los seres humanos radica en ser constantes, en luchar incansablemente por nuestros objetivos. Lógica tendría trasladar ese concepto al ideal de un conjunto con metas comunes y con talentos escogidos para desempeñar una función especifica; sin embargo, al menos en el futbol mexicano, la regularidad es más un sueño guajiro, una lejana realidad, que una verdadera necesidad para cada uno de los que de una u otra manera integramos el medio.
El tema lo he tocado con asiduidad en los últimos días. No hay peor mal o carencia que aquel con el que nos acostumbramos a vivir. La adaptación a un presente desafortunado tiende a convertirse en la antesala del conformismo y la falta de compromiso con uno mismo y con los demás. Ese panorama es el que hoy en día podemos percibir en el balompié mexicano. Equipos que no juegan a nada, pero que salvan su temporada gracias a la consentida mediocridad del sistema de competencia; jugadores que comienzan a rendir cuando la hora de renovar contratos se acerca y técnicos que pueden lavarse las manos a través de éxitos justificados en el reglamento más que sobre el rectángulo verde.
La estructura actual de la Federación Mexicana de Futbol se ha válido de la necesidad que los medios de comunicación especializados en deportes tenemos de subsistir para ofrecer un ínfimo espectáculo sabiendo que, incluso bajo esas condiciones, las portadas de los diarios acabarán calificando los cotejos como épicas batallas, que las televisoras seguirán protegiendo su negocio y que el aficionado, tan fiel como un perro, seguirá cayendo en la trampa semanal de esperar con ansías el partido de su equipo. Todos, sin excepción, formamos parte de una liga con grandes jugadores, pero con muy pocas exigencias como para de verdad estar en condiciones de aguardar excelsas presentaciones deportivas.
Cuando alguien, llámese como se llame, decide volver a levantar la mano para señalar lo inestable que es el rendimiento de más del ochenta por ciento de las escuadras del Máximo Circuito, aparecen quienes no desean tratar el tópico por considerarlo gastado, como una discusión inútil. Y sí, nosotros hemos transformado el debate de fondo en una discusión que carece de la convicción necesaria para exigir nuevas y mejores condiciones para quienes olvidaron el beneficio deportivo con tal de generar ingresos adicionales con un par de liguillas al año.
El futbol mecánico y conservador no es un hecho que sólo ocurra en México. Vemos partidos de alta convocatoria que acaban defraudando en cualquier parte del mundo. No obstante, comencemos por atender nuestra situación, y no permitamos que la mala costumbre nos impida señalar lo lamentable que resulta observar como un estadio lleno se apaga ante la intrascendencia de un cero a cero como el que ocurrió en el Azul apenas el fin de semana pasado.
Olvidemos por un momento las exigencias inherentes a un futbolista profesional. Pensemos en nuestra idea de jugar al futbol. No es otra que la de divertirnos. Lo mismo cuando nos sentamos frente a un televisor y/o cuando decidimos destinar una parte de nuestros ingresos a comprar boletos para ver el partido entre veintidós actores en calzoncillos que tendrían la obligación de dar valor al dinero de los seguidores.
La irregularidad, las escasas emociones de nuestro balompié, nos parecen tan corrientes como la corrupción y la inseguridad. Podríamos concebir como menos doloroso el hecho de ya aceptar como parte de nuestro entorno el que padezcamos esas enfermedades, empero, no hay nada peor para una comunidad que la ceguera voluntaria que mata los deseos de aspiración y abraza la comodina situación de mantenerse en la misma posición a la que las circunstancias la han llevado.
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