
En honor al juego
La Euro 2008 nos ha mandado una permanente invitación a recordar cómo tendría que ser el futbol en su esencia más pura. Salvo contadas excepciones, no hemos visto sobre las canchas suizas y austriacas intentos de engañar al árbitro, lesiones fingidas ni actos de violencia con la simple finalidad de ganarle tiempo al tiempo. Se respeta la fluidez del juego y se registra, de acuerdo a los números presentados por el sitio oficial del certamen, una cantidad de minutos efectivos de juego que va de los cincuenta y tres minutos hasta los setenta y uno, rango que ni siquiera en su más bajo punto suele presentarse en los partidos del balompié mexicano.
Acepto que el tópico me ha obsesionado a últimas fechas, y es que no lo considero un detalle insignificante. Entre menos interrupciones se den a lo largo de un cotejo, el aficionado que pagó por un boleto o que movió su agenda para poder verlo a través de la televisión observa más futbol y, por ende, se le demuestra un respeto al dinero, poco o mucho, que invirtió para hacerse de una entrada. Al deporte mismo también se le reconoce, ya que la pelota en su naturaleza no sabe de engaños y trampas, sino de un ambiente de recreación que no tiene por qué detenerse. Si viajo en el pasado, me recuerdo yendo por la pelota lo más rápido posible para reanudar la famosa cascarita, donde la falta de árbitro propiciaba que sólo me tirara cuando había alguna razón de peso de por medio.
No es mi objetivo comparar dos perspectivas y actualidades opuestas respecto a lo que es un espectáculo futbolístico. Que en el Viejo Continente jueguen hasta veinte minutos más de tiempo efectivo que en nuestro país no tiene que estar por fuerza relacionado con una superioridad de uno sobre otro, pero sí con una cultura de juego limpio que ha ido perdiendo terreno con respecto al creciente número de jugadores profesionales que optan por resolver con el engaño lo que no han podido solucionar por medio de sus atributos.
Dañiño para la salud fue pasar de la EURO 2008 al compromiso de la Selección Mexicana frente a Belice. El contraste se agudizó gracias a que, de forma simultánea, Turquía alcanzaba una épica remontada ante República Checa y se colaba a los cuartos de final de la máxima competencia futbolera en Europa. Y mientras los otomanos sacaron la casta y el corazón para que lo imposible mutara en lo posible, el medio futbolístico azteca reutilizaba el conformista argumento de asegurar que las distancias se han acortado para explicar cómo fue que un equipo que vale millones de dólares triunfaba apenas por dos a cero ante una escuadra que en más del setenta y cinco por ciento de los casos estaba configurado por futbolistas amateurs.
Sé que, como cualquier aficionado, se han dado casos en los que acabo aplaudiendo que un jugador engañe al hombre de negro y así se presente un tiro penal o un tiro libre directo. Reconozco, también, que el cambio tiene que empezar por uno mismo para después exigirlo al resto. Y sí, concluyo esta columna, esperando que los aficionados al futbol en México seamos capaces de abuchear al tramposo, al que quiere hacer tiempo, a los técnicos que se meten a la cancha para matar el ritmo de un partido, a los que en vez de pelear por la pelota, se acuestan sobre el césped esperando la pifia providencial. Espero que algún día, más temprano que tarde, en nuestro continente renazca la máxima de honrar al juego por el juego mismo.
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