Futbol
Editorial Mediotiempo
Columna de Mauricio Cabrera Editorial Mediotiempo

La irreverencia de los chicos

El futbol nunca ha tenido como una de sus características el respeto a las jerarquías, al menos no en el último de los factores, es decir, en el resultado. Las semifinales de la Euro 2008 ratifican que los partidos tienen las mismas posibilidades de triunfo para uno y otro equipo, no importando si enfrente está una escuadra que ha sido tres veces Campeona del Mundo contra un equipo que históricamente no goza de un punto de comparación favorable.

La esperanza, esa posibilidad remota pero legítima de romper los pronósticos y convertirse en la sensación del torneo, funge como alimento para los aficionados de selecciones o escuadras desfavorecidas, ya sea por falta de talento o por estar apenas en los primeros pasos de un proceso rumbo a la consolidación de su futbol. Así, en 1998, Jamaica celebró en grande su acceso por primera ocasión a una Copa del Mundo; Trinidad y Tobago, con la conocida ayuda de Jack Warner, hizo lo mismo al disfrutar su estancia en Alemania 2006, y el mismo ambiente podríamos recordar en torno a otros casos de crecimiento espontáneo y hasta saludable para el estado anímico de una sociedad.

Hasta esta línea podría parece que pretendo filosofar respecto a los alcances del balompié… no es así. El punto central de esta columna radica en buscar explicaciones al por qué nuestro futbol, el mexicano, tarda años en dar un paso hacia delante, mientras que otros, con menos años e incluso menos talento, demuestran los recursos suficientes para sumar su primer punto en su debut dentro de Copa del Mundo, o hasta su primer triunfo.

La etapa de madurez del balompié mexicano ha sido lenta, tortuosa y con elementos para hablar de que a un paso positivo le sobrevendrá una cantidad de tiempo exagerada para dar el siguiente. En pleno siglo XXI, quienes apoyamos a la Selección Mexicana festejamos un nuevo récord de puntos en primera ronda; que aparezca el máximo anotador de la escuadra azteca, y todo porque el aprendizaje ha sido a un ritmo inédito para un país que tiene colocada la práctica del futbol en un pedestal pese a los años de tropiezos.

Me gusta relatar las épicas andanzas de equipos que aparecen de la nada o con escasas posibilidades y terminan robándose la gloria. A la vez, duele percatarse de que en algo hemos fallado todos los que conformamos el medio futbolístico, pues para otras selecciones, el quinto partido no ha sido una obsesión. Sí, en cambio, lo ha sido el trabajo constante, la solidez estructural y construir una fortaleza anímica capaz de no intimidarse ante los retos de máxima envergadura.

Ya en el 2005, la Sub-17 sorprendió al mundo. Hoy, en plena euforia por las semifinales del máximo torneo del Viejo Continente, me gusta soñar con que tarde o temprano aprenderemos a agilizar el proceso y a no conformarnos con un quinto partido para después caer en el letargo. Lo primero es creérselo, y confío en que podemos hacerlo. Opina de esta columna aquí.

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