
La afición del Cruz Azul, harta de su directiva
La frustración es la respuesta emocional que se experimenta cuando se tiene un deseo, una necesidad, un impulso... y lamentablemente no somos capaces de satisfacerlo; entonces se resiente la ira y decepción, un estado de vacío no saciado.
Ese sentimiento lo han tenido los verdaderos aficionados del Cruz Azul, los últimos 22 años. Han visto como uno de los equipos más populares del país, sufre fracaso tras fracaso, donde han desfilado más de 16 entrenadores y no se ha conseguido ningún título de liga.
La hinchada de Cruz Azul es una especie humana singular: fiel, abnegada, firme, constante, devota, creyente, proba, sacrificada, generosa, entre cientos de etcéteras más. Llegan a poner su corazón en cada jugada de su equipo, cada partido es una ceremonia gloriosa.
Eso me ha enseñado mi amigo Ricardo Cuéllar, quien llegó de la ciudad de Durango hace años a trabajar a la Ciudad de México. Buscar un departamento no fue nada fácil, sin embargo algo que le influyó a encontrar el correcto, era el vivir cerca del Estadio Azul, para no perderse ningún partido de su amado equipo. Desde hace más de seis años, mientras ha estado en la capital del país, no ha fallado a ningún partido de local, sea de liga, Copa MX o amistoso.
El ritual es bastante singular: Cuéllar y sus amigos, cada quince días, comienzan la tarde en el restaurante “Las cebollas”, frente al Estadio Azul para continuar la tradición. En donde otros cruzazulinos despejan con un par de cervezas su ansiedad y nerviosismo previo al partido. A las cuatro de la tarde es el momento de partir al Estadio Azteca, la reciente casa prestada (o rentada) de su equipo. La agonía y emoción de ver al “Azul” en vivo es seriamente interesante junto a Ricardo quien al salir del partido siempre tiene un análisis certero de lo que sucedió en el partido. Ganen o pierdan, él y otros verdaderos aficionados de su equipo portan la playera con un gran orgullo. Es una hinchada especial. Con un corazón verdaderamente apasionado.
Maldita maldición.
Durante años, quienes no apoyamos al Cruz Azul, hemos hecho escarnio de la llamada “maldición del cruz azul”. La mala suerte que acompaña el portar, ya no solo la playera del equipo, el color azul en sí, portarlo en un evento especial es una augurio de fatalidad y un fracaso de último momento.
Incluso recuerdo un partido de México contra Ecuador en la Copa América de Chile un 25 de Junio del 2015, estábamos en la ciudad de Rancagua. En las gradas los pocos mexicanos nos hacíamos escuchar, el juego determinaba quien pasaba a la siguiente ronda.
En una descolgada de los ecuatorianos, el balón llegó a los pies de Miler Bolaños quien de tiro cruzado y de abajo arriba atestó el gol. Lamentándonos, todos coincidimos en voltear a ver al único integrante del grupo que portaba la playera del Cruz Azul.
Finalmente México perdió y fuimos eliminados. En el fondo, muy en el fondo del corazón, muchos creímos que fue culpa de la maldición “cruzazuliña”, pues debemos tener un culpable más allá de la terrible actuación del tricolor.
Estas y otras injustas situaciones han tenido que sufrir los seguidores de La Máquina.
Peláez: la necesidad de levantar la voz.
La novela televisiva que se vio el pasado jueves 5 de septiembre a través de las cámaras de ESPN en el programa “Futbol Picante” hizo que una vez más, el cruz azul haya sido exhibido como un equipo con una directiva mediocre y prepotente. La pelea en vivo, entre el dirigente Víctor Garcés y el hasta entonces director deportivo Ricardo Peláez ha sido la gota que sigue derramando el vaso, en una institución plagada de sombras desde que Guillermo Álvarez Cuevas tiene las riendas del equipo. El actual presidente ha sido acusado de desvío de fondos, lavado de dinero, nepotismo, intentos de vender la cooperativa y saqueos millonarios. Él se defiende una y otra vez, acusando una campaña de difamación en su contra. Sin embargo el fracaso en su mandato es evidente, hoy más que nunca.
Si un error tuvo Ricardo Peláez, fue haber aceptado que utilizaran su nombre a fin de que otros hicieran los verdaderos movimientos deportivos en el plantel. Su pecado fue buscar llevar al banquillo a un entrenador experimentado y que tuviera la capacidad de llevar al equipo al muy ansiado campeonato. Si ni eso podía decidir en su puesto, entonces su renuncia no es solo obvia, sino también pone en el escenario un tema que debe de ser revisado en todos los equipos de la liga: ¿Realmente los directores deportivos deciden la estrategia de lo que sucede en las canchas o son las directivas quienes imponen arbitrariamente sus decisiones?
Peláez se va del cruz azul como un profesional responsable, que tiene que levantar la voz ante las injusticias y atropellos existentes. Desnuda a una directiva que seguía siendo soportada por una afición tan positiva y leal. Quienes también tienen el derecho a manifestarse, a poner un hasta aquí a la corrupción que modelan sus directivos sin recato.
Esa excelente hinchada que está harta, pues siempre ha estado por encima de una directiva, que desde hace muchos años, lo único que provoca es repulsión, asco y pena.
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