Columna de Nicolás Romay

La noche de los inmortales

Era muy necesario un lugar así. Cada año el Salón de la Fama recibe a los hombres que nos hicieron emocionar y que hoy merecen un reconocimiento para quedar en nuestra memoria para la eternidad.

Recordar es vivir y es imposible no emocionarse cuando se le rinde homenaje a un tipo como Miguel Calero, que aunque ya no está con nosotros, ayer se hizo más presente que nunca. Desde el discurso de su esposa, Sandra Sierra, hasta el aplauso de pie de todos los presentes en el auditorio.

La vida es un suspiro y al final lo que hagamos en este tiempo es lo que recordarán las nuevas generaciones. Calero ya no vive, pero ayer en cada aplauso y lágrima derramada estuvo con nosotros. Ese es el objetivo de tener un Salón de la Fama que reconozca lo mejor del deporte más importante del mundo.

El poder escuchar a Tomás Balcázar y que tuviera la oportunidad de ser homenajeado en vida es uno de los grandes regalos de esta investidura. Futbolista y persona ejemplar, con un gran legado que ayer nos conmovió y no solamente hizo sentir orgullosos a sus familiares si no a todos los que aunque no lo vimos jugar, sabemos de su gran legado.

Ese tipo de historias y de recuerdos nos da el Salón de la Fama, momento para agradecer y recordar lo vivido y para valorar lo que hacemos en el día a día, pues todo tendrá un impacto en el futuro. Vámonos, que la pasen bien.

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