
La industria Todopoderosa
Es injusto pagar un boleto o postergar cualquier cantidad de compromisos y recibir a cambio un par de empates a cero que sólo dejan satisfechos a los técnicos empeñados en cuidar su puesto y en sumar unidades sin que importe en demasía el cómo.
Frustrante resulta para una evidente mayoría: para los que asisten a las tribunas en detrimento de su economía; para los reporteros que se sacan historias de la manga con tal de publicar un supuesto color; para los cronistas que se ven forzados a buscar excusas para vender un producto a la audiencia; para la imparable voracidad comercial del deporte más popular del planeta…
En fin, no hay forma de proteger la saturada imagen del balompié cuando en un mismo día se registran dos igualadas a cero en partidos de elevada convocatoria. Aquí no hay pero que valga, ni las buenas actuaciones de los arqueros, ni las ausencias de uno u otro cuadro.
Si la semana anterior hice mención de un artículo en el que se explicaban las razones por las que la sociedad estadounidense no terminaba de aceptar al futbol, hoy vuelvo a mencionar que estoy de acuerdo con sus exigencias. No es que uno desee marcadores escandalosos; tampoco que sueñe con cualquier cantidad de tiempos libres para ganar anunciantes y generar tensión entre los fanáticos; pero sí estamos en sintonía con ellos (aunque incomode reconocerlo) a la hora de exigir más y mejor espectáculo.
El futbol de hoy, sobre todo en nuestro país, nos presenta una imagen contradictoria. Por un lado, se comercializa como si fuera uno de los mejores del mundo; acapara los principales espacios en los medios de comunicación; se interrumpe la programación habitual para que Hugo dé a conocer su lista de convocados… Por el otro, los aficionados, especialmente en la capital, se alejan de los estadios, prefieren mantenerse a distancia de sitios que ya no garantizan su absoluta seguridad.
Para colmo de males, los que aún muestran fidelidad a su pasión por el balón, salen defraudados y con una cara que denota indiferencia, una frustración quizás peor que la derrota. Cuando se presenta un empate sin goles, los fanáticos salen como si no hubiera pasado nada; no encontraron la catarsis buscada, pues.
No es la primera vez que sucede ni se trata del primer escrito que menciona el tema. Sin embargo, es importante aprender a exigir desde la trinchera correspondiente un mejor servicio por el dinero y el tiempo erogados. La industria balompédica se percibe a sí misma por encima de sus consumidores, como un poder omnipresente que no requiere de la venia de nadie para ser lo que es.
Esa sensación de invulnerabilidad se ha ido alimentando del dinero que llega de las empresas y de la exposición que el futbol tiene en los medios colectivos de comunicación. A los directivos de nuestro balompié (siempre tan respetuosos) parece no importarles mucho si la gente se ausenta del estadio, pues los grandes ingresos se producen por medio de los derechos televisivos y de los patrocinios.
Además, el castigo hacia el poco espectáculo visto en las canchas no ha sido total: los aficionados han dejado de ir a los estadios, pero difícilmente se atreven a dejar de seguir un partido por televisión o a gastar en una comida con tal de ver las contiendas transmitidas en la modalidad de pago por evento. De una u otra forma, la religión del siglo XXI recibe la "limosna" de los feligreses.
Pensar en una especie de boicot generalizado resulta improbable, por lo que no queda mucho espacio de maniobra. Suena un poco triste pero la única opción viable para que en verdad se borre el resultadismo y se busque agradar al aficionado estriba en que los dueños del balón (sólo ellos para variar) se den cuenta de que su ya de por sí exitosa gallina de los huevos de oro estaría en condiciones de producir mucho más si se ocuparan un poco de quienes gastan un poco o un mucho de su quincena para observar a veintidós hombres que no tienen más labor que la de meter la pelota en el arco.
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