
Wimbledon y nada más
Desde su nacimiento en 1877 hasta la actualidad, Wimbledon ha sido mucho más que un torneo de tenis. Ha sido una cumbre de sueños, gloria y determinación; un lienzo sobre el que se han pintado narrativas épicas y una peregrinación obligada para todos los amantes de este deporte. Pero, ¿cuál es la esencia que hace de Wimbledon el objeto de deseo por excelencia en el mundo del tenis?
El carácter emblemático del tercer Grand Slam del año no se forjó de la noche a la mañana. Se ha cocinado a fuego lento durante más de un siglo. Historia, tradiciones, rivalidades y tenis del más alto nivel. Es la superficie más rápida y desafiante. Un testamento al valor, a la habilidad y a la resistencia.
El más antiguo de los cuatro majors se distingue por su estricta adhesión a la tradición. La etiqueta importa y el blanco se convierte en símbolo de la pureza del juego. Aunado a una atmósfera única en las gradas, en donde el profundo respeto por el juego es requisito, Wimbledon termina por ser una manifestación del espíritu humano.
Partidos que han definido el curso de la historia, rivalidades que han dejado huella indeleble en la memoria colectiva del deporte: Borg versus McEnroe, Navratilova contra Evert, Federer ante Nadal.
Ganar aquí es lograr un lugar en la historia de leyendas. Es obtener la validación definitiva. El sueño de levantar el trofeo en la Catedral del tenis es denominador común entre los tenistas. Un reconocimiento sin igual, la cumbre de su deporte y del espíritu de competencia. Ganar Wimbledon no es solo una victoria en el tenis, es una victoria en el deporte de la vida.
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